Padres e hijos

Lo has hecho muy bien. La importancia de reconocer sus logros.

Los halagos y las felicitaciones los hacen crecer con seguridad para afrontar la vida con valentía.

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Los halagos y las felicitaciones los hacen crecer con seguridad para afrontar la vida con valentía.

No hay nada más natural que sentir la necesidad de expresar a nuestro hijo lo maravilloso que nos parece: aplaudir cuando consigue subir al tobogán más alto, darle un buen abrazo cuando recoge su cuarto después de jugar o deshacernos en elogios con el orgulloso dibujante que ha pintado unas flores hermosas.

Es muy sano hacer saber a nuestros hijos que su tesón, su esfuerzo y sus capacidades personales (cada niño tiene las suyas) nos encantan. Porque lo que nos gusta es él: esa pequeña personita que crece y nos sorprende cada día con nuevas cualidades.

Sin embargo, al igual que sucede con los «te quiero», los halagos deben salir desde el corazón para que realmente nutran su autoestima y le aporten la información que necesita para crecer.

Un elogio no puede separarse de la persona que lo emite y, por ese motivo, no es lo mismo que los aplausos vengan de papá o mamá que de alguien al que apenas conoce; sin duda, nuestra aprobación vale el doble.

Y es que las palabras bonitas y los halagos («pero qué bien le pegas al balón», «qué dibujo tan bonito», «me encanta cómo te atas los zapatos», «te mereces un premio por haber sido tan valiente»), nos guste o no, llevan siempre consigo un juicio de valor por nuestra parte. Y, por tanto, están condicionados por las expectativas que tenemos puestas en nuestros hijos.

Así, de forma más o menos consciente, nos convertimos en la «unidad de medida» y solemos esperar que nuestros hijos sean parecidos a nosotros. O por el contrario, queremos que sean aquello que no logramos ser: ordenados y pacíficos, que les gusten y sean muy buenos en matemáticas o que tengan una especial facilidad para la música.

Y cuando, de manera fortuita o guiados por nuestros consejos los pequeños dan en el clavo de nuestros deseos… ¡bravo! Sonreímos, aplaudimos y vitoreamos a nuestro esforzado chiquitín. Pero… ¿y si no es así?

Observarlo y dejarnos sorprender por las muchas cosas que hace bien a diario y de forma totalmente espontánea (tomar con cuidado su vasito de agua, jugar en paz con su hermana, hacer una linda figura de plastilina, pedir algo por favor…) y señalárselas con todo nuestro cariño es una forma de decirle «¡eso es! Por ahí vas bien, me encanta cómo eres y cómo haces todas estas cosas».

Sobran motivos:
1. Hasta el más revoltoso, despistado o perezoso tiene cualidades y conductas que son positivas y elogiables. Esas son las que hay que destacar. ¿Por qué?

2. Porque dan al pequeño información sobre la idoneidad o no de su comportamiento y porque son un reconocimiento a sus esfuerzos: «Bravo, ya casi estás terminando esa torre», «¡te estás volviendo un niño grande! Hoy te has lavado las manos antes de comer y lo has hecho solita».

3. Porque le indican mucho sobre sí mismo, sobre su persona: «Hoy has sido muy valiente en el momento de la vacuna», «me encanta cómo escoges los colores para hacer tus dibujos, tienes buen gusto» o «una de las cosas que más me gustan de ti es lo cariñosa que puedes llegar a ser».

4. Porque le ayuda saber qué esperan papá y mamá de él: «¿Sabes qué hijo? Hoy te has portado genial en la biblioteca esforzándote por hablar bajito: me fascina que podamos ya ir juntos a tantos sitios».

5. Porque todo el mundo necesita saber que aquellos a los que quiere aprueban y valoran su forma de ser y hacer las cosas. Un halago es una forma más de decir «te quiero».

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