Padres e hijos

Lo tira todo una y otra vez

Repite las cosas para aprender, no para desesperarte.

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Repite las cosas para aprender, no para desesperarte.

Un buen día, el bebé separa los dedos y el objeto que sostenía con fuerza se escapa de su mano. Por si esto no fuera bastante divertido, descubre que las cosas hacen un ruido muy curioso cuando chocan contra el suelo. A partir de ese momento, los pequeños se dedican a arrojar los juguetes obstinadamente, ajenos a la exasperación de sus padres.

 

En distintos momentos del día suelen manifestar esa misma conducta repetitiva de alguna u otra forma: o bien les da por golpear sus juguetes machaconamente, o bien se dedican a apretar los botones del equipo de música con mortificante perseverancia. La mayoría de los niños realizan estos actos con gran regocijo.

 

El pequeño necesita experimentar con su entorno para descubrir el mundo y aprender. Le encanta explorar las maravillas que le rodean. Para él es extraordinario comprobar cómo funcionan los objetos. Y no es extraño que se entretenga tanto repitiendo las acciones porque es de esta forma cómo consigue perfeccionar, poco a poco, sus habilidades.

 

El primer año de vida es el más importante para el cerebro humano. Con cada descubrimiento se crean nuevos circuitos en el entramado neuronal del bebé. Es la etapa de mayor receptividad, y las repeticiones (dar golpes, tirar objetos) son el motor de su aprendizaje.

 

Entre los seis y los 12 meses, comienza a ser consciente de que es capaz de provocar cambios a su alrededor y disfruta investigando las repercusiones que sus actos conllevan. Está experimentando las leyes de causa y efecto: se da cuenta de que puede influir sobre su entorno, y esto le hace sentir que tiene poder. Y precisamente es el placer que se deriva de esta sensación lo que le incita en algunas ocasiones a llevar la contraria a los padres.

 

Si mañana descubre que su papá se enoja cuando lo ve escupir la papilla, seguro que toma buena nota y emplea el truco varias veces seguidas delante de él, para llamar su atención. A fin de cuentas, más vale ver a papi enfadado que ocupado en asuntos que no tienen nada que ver con su pequeña persona.

 

Por supuesto, este comportamiento en no pocas ocasiones acaba agotando a los pacientes padres. Limpiar una lluvia de puré sobre la mesa o agacharse mil veces a recoger un juguete no es una tarea relajante. Lo malo es que la única alternativa posible ?soportar los quejidos de un bebé gruñón? tampoco es menos cansada para ellos. Cuando los nervios llegan al límite, hay que buscar prontamente una solución.

 

¡Ya está bien!

 

¿Cómo saber cuándo parar? Lo más sensato es actuar siempre con naturalidad. Si de verdad se te antoja recoger el objeto y reírte con él, será perfecto actuar de este modo. Por el contrario, cuando estés cansada, es igualmente lícito evitar el juego. Explícale (ya es capaz de comprender el tono que utilizamos) que no te apetece esa diversión. Después sugiérele otro entretenimiento.

 

Lo que pretende es llamar tu atención o manifestar su poder, intervén con tacto. Molestarte no suele ser efectivo, ya que el pequeño no comprenderá tu reacción (actuar así es sólo un juego para él) y acabará por llorar.

 

Aunque pueda parecer extraño, lo que puede dar resultado es desviar su interés, dedicándotele en exclusiva durante unos minutos. Una sesión de juego o de mimos aliviará su necesidad de cariño y espantará su afán repetidor (al menos, por un rato).

 

Es insistente, y es bueno que sea así. Es una de las formas que tiene para entender las leyes de la naturaleza.

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