Padres e hijos

¿Por qué a tu hijo le divierten tanto las cosquillas?

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«¡Otra vez, mami!»… las cosquillas son una sensación muy placentera, tanto que aunque puedan llegar a causar «angustia» ¡deseamos más y más! ¿Pero por qué y por qué les gustan tanto a los niños?

Básicamente hay dos explicaciones:

Le dan placer

La sensación placentera de las cosquillas libera dopamina, que obliga al cerebro a desear más; ocurre que el cerebro siempre buscará aquellas experiencias gratificantes ¡y las cosquillas lo son!

La dopamina es el centro del placer de nuestro cuerpo, ya que regula la motivación y el deseo, esto hace que tu hijo quiera repetir la conducta que le está proporcionando beneficios o placer (justo como las cosquillas).

Lo curioso es que la dopamina se libera tanto con estímulos agradables como con desagradables, por lo que si bien las cosquillas llegan a generar ambas sensaciones, tu hijo siempre querrá conseguir más.

Lo hacen sentir vinculado a mamá y papá

Las investigaciones en el tema han revelado que la respuesta de las cosquillas sirve para crear vínculos sociales. Por esta razón, el cerebro no reacciona cuando uno mismo trata de hacerse cosquillas: las autoinfligidas no tienen mucho sentido ni finalidad en la sociabilización y menos en la necesidad biológica de sobrevivencia, en el sentido de que necesitamos vincularnos con los otros para satisfacer nuestras necesidades básicas.

En este sentido, los bebés y los niños, que instintivamente se saben vulnerables y con la necesidad de la protección de los adultos que los cuidan, usan las cosquillas como un medio para conectar con ellos, socializar y crear lazos afectivos que les garanticen la sobrevivencia.

Por esto mismo, desde esta teoría darwinesca, se cree que la función primera de las cosquillas es el vínculo afectivo con la madre, y, posteriormente, esa misma felicidad se extiende a otras relaciones sociales.

Son un tipo de juego

Los niños son los maestros del juego porque les crea mucho placer y las cosquillas tienen relación con las conductas de juego: el cerebro es capaz de rastrear el propio movimiento y por eso sabe dónde está la propia mano, por ejemplo. Pero desconoce y no puede saber dónde estará la del otro. En tal sentido, es un juego en elq ue la diversión radica en el facto sorpresa: no saber por dónde va a venir la sensación placentera.

Con información de Psyciencia

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