Padres e hijos

Calzar a los bebés no es recomendable para su salud mental

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Los niños, en esa etapa, usan los pies como una forma de conocer el mundo, y calzarlos limita sus posibilidades.

Calzar a los bebés no es recomendable para su salud mental. Para los niños más pequeños los pies son uno de los instrumentos por los cuales empieza a conocer su entorno: en sus primeros meses de vida «utiliza los pies para informarse del mundo exterior, toca con ellos todo lo que tiene a su alcance, los manipula con sus manos y los lleva a la boca, donde las terminaciones nerviosas sensitivas son mayores». Así lo explica la podóloga y antropóloga Isabel Gentil García de la Universidad Complutense de Madrid.

«A los 7-8 meses, que es cuando los niños manipulan sus pies con las manos o con la boca, están aportando un importante estímulo para el desarrollo sensorial», añade la especialista. «No debemos reprimir la sensibilidad táctil de los pies calzándoles, pues informan del mundo exterior, transmitiendo sensaciones de temperatura, texturas, etc., que favorecen el desarrollo psicomotor del niño».

Entre los elementos que más resultan beneficiados por el juego del niño con sus propios pies se encuentran la propiocepción (es decir, la percepción inconsciente de los movimientos y de la posición del cuerpo, independiente de la visión) y la exterocepción (la percepción inconsciente de lo que lo rodea). En este sentido, apunta Gentil García, «es necesario que la planta del pie se ponga en contacto con superficies irregulares a fin de estimular las sensaciones cinestésicas y los reflejos posturales».

Es en este punto cuando cobran una importancia crucial los estímulos táctiles, las presiones e irregularidades del terreno, para mejorar las articulaciones y reforzar la musculatura. Y eso no es todo. El calzado también supone un peso extra para los pies de los bebés, y hasta puede causar lastimaduras por el roce con otras partes de su cuerpo. El hábito de muchos niños pequeños de quitarse el calzado parece responder, entonces, a una necesidad institiva de conocer el mundo a través de la información que obtienen también a través de las plantas de sus pies.

El propio desarrollo del cuerpo brinda señales acerca de cuándo comienza a ser necesario el calzado. Hacia los doce meses de vida, la grasa plantar desaparece y empieza a formarse el arco plantar o puente del pie. Es a partir de ese momento, o mejor aún un poco después, hacia los 18 meses, cuando los expertos recomiendan empezar a calzar a los niños.

¿Cómo debe ser ese calzado?

A continuación algunas recomendaciones:

  1. La articulación del tobillo debe quedar libre. La idea de que la fijación de esa parte del cuerpo da mayor estabilidad al niño es errónea: lo que sucede es justo lo contrario. El zapato no debe aprisionar ni apretar mucho el pie, del mismo modo en que el contrafuerte (la parte trasera, que va pegada al talón) debe aportar sujeción pero no ser demasiado rígido.
  2. La suela debe ser flexible y antideslizante, de un espesor de entre 3 y 5 milímetros. ¿Cuánto de flexible? La parte delantera tiene que poder doblarse con las manos con facilidad. Esto garantizará que los pies del niño tengan la libertad de movimientos que necesitan al caminar.
  3. La puntera tiene que ser redondeada y ancha, para que también los dedos tengan la posibilidad de moverse con libertad. Por dentro, se debe procurar que quede al menos un centímetro entre la punta de los dedos y el extremo del calzado. Y estar atentos al crecimiento del niño: se estima que, en esta etapa, el tamaño del pie aumenta una talla cada dos meses. Pero no se debe comprar un zapato demasiado grande para que le valga durante más tiempo, ya que su uso también puede tornarse incómodo y perjudicial.
  4. De ser posible, el calzado debe estar confeccionado con materiales naturales, como cuero o piel, para que permitan la transpiración de los pies. Y debe poder cerrarse con velcro, para que sea fácil de poner y quitar, o en todo caso con cordones. Lo que se desaconseja para los niños pequeños son las chanclas, los zuecos u otros calzados que no van bien sujetos al pie y generan la sensación de que se van a salir, los cuales obligan a un trabajo extra de «agarre» por parte de los dedos.

La articulación del tobillo debe quedar libre. La idea de que la fijación de esa parte del cuerpo da mayor estabilidad al niño es errónea: lo que sucede es justo lo contrario. El zapato no debe aprisionar ni apretar mucho el pie, del mismo modo en que el contrafuerte (la parte trasera, que va pegada al talón) debe aportar sujeción pero no ser demasiado rígido.

La suela debe ser flexible y antideslizante, de un espesor de entre 3 y 5 milímetros. ¿Cuánto de flexible? La parte delantera tiene que poder doblarse con las manos con facilidad. Esto garantizará que los pies del niño tengan la libertad de movimientos que necesitan al caminar.

La puntera tiene que ser redondeada y ancha, para que también los dedos tengan la posibilidad de moverse con libertad. Por dentro, se debe procurar que quede al menos un centímetro entre la punta de los dedos y el extremo del calzado. Y estar atentos al crecimiento del niño: se estima que, en esta etapa, el tamaño del pie aumenta una talla cada dos meses. Pero no se debe comprar un zapato demasiado grande para que le valga durante más tiempo, ya que su uso también puede tornarse incómodo y perjudicial.

De ser posible, el calzado debe estar confeccionado con materiales naturales, como cuero o piel, para que permitan la transpiración de los pies. Y debe poder cerrarse con velcro, para que sea fácil de poner y quitar, o en todo caso con cordones. Lo que se desaconseja para los niños pequeños son las chanclas, los zuecos u otros calzados que no van bien sujetos al pie y generan la sensación de que se van a salir, los cuales obligan a un trabajo extra de «agarre» por parte de los dedos.

Los beneficios de andar descalzos no son exclusivos de los bebés. Caminar sin calzado, al menos un rato cada día, sobre todo en casa y cuando las condiciones de seguridad, temperatura e higiene lo permiten también tiene sus ventajas. Por un lado, permite estimular los músculos del pie, ya que trabajan algunos que quedan anulados o atrofiados cuando usamos calzado. Se evitan además las presiones que ejercen los distintos tipos de calzado y la humedad acumulada sobre el pie a causa del calor y el sudor.

El contacto directo con el suelo también ayuda a liberar estrés y a fortalecer el sistema nervioso. Esto se debe al gran número de terminaciones nerviosas ubicadas en la planta de los pies. El beneficio es aún mayor para quien ha pasado muchas horas sentado -otro hábito frecuente de la vida moderna-, pues andar descalzo contribuye a reducir o eliminar las tensiones en los músculos de los pies. De este modo también se colabora con una mejor circulación de la presión sanguínea.

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