A preguntas necias, respuestas sabias de mamá
¿Cómo puedes hacer frente a esos comentarios? En esto de la maternidad y la crianza de los hijos, como en todo, nos vamos a encontrar con personas que se creen con derecho a opinar. Lo normal es que hagamos oídos sordos, pero… la verdad es que tales inconveniencias pueden llegarte a molestar y herir tu sensibilidad. Te compartimos estas «respuestas sabias» para salir airosa de tales preguntas necias.
¿No está un poco crecidito tu niño para seguir tomando el pecho?
Lo que quisieras contestar es “¿y a usted qué le importa?”, pero es preferible dar una respuesta suave y conciliadora, dado que muy posiblemente en ese momento el bebé esté comiendo: “mire, tenía hambre (o necesitaba consuelo) y yo estoy encantada de poder seguir dándole el pecho. Así me gusta”.
Existen respuestas más groseras y ofensivas para dejar al impertinente con la palabra en la boca; pero, realmente, ¿quién nos importa más en ese momento: nuestro hijo que está alimentándose plácidamente, o una persona inoportuna?
Si fuera mi hijo, ya le habría dado una nalgada bien puesta.
La respuesta es difícil. ¿Cómo explicar a una persona con esas ideas que ese método es bestial? Quizá crea, como dice el refrán, “la letra con sangre entra” y no es fácil desterrar esa práctica tan difundida. ¡Si hasta en las familias más felices y bien avenidas ocurre! Mejor preguntarle qué sentiría ella si le pegaran; hay casos en los que más que una respuesta aguda valdría más un poco de labor social.
A la edad de tu hijo, el mío ya no necesitaba pañales.
¿Y? Las comparaciones siempre siempre son odiosas, pero en este caso son una necedad. Podemos contestar tipo niña pequeña y riéndonos: “pero el mío es más alto”, o más moreno, más gracioso… También se le puede dar la vuelta a la tortilla: “lo importante no es la edad a la que dejan el pañal, sino la forma. Si has hostigado al tuyo para que ya no los use, es probable que a la larga tenga problemas”.
Seguro que ahora ya no estará tan segura de haber hecho bien las cosas. Otra opción sería mostrarnos benevolentes y decir con suavidad: “cada niño es un mundo y en ellos cada progreso tiene su tiempo, ¿por qué compararlos? Esto no es una competencia”.
Pero… ¡si no se parece en nada al papá!
Una opción es poner cara de “ya lo sabía” y decir muy seria (o muerta de la risa, si no queremos ser tan ofensivas) “¿y por qué tiene que parecerse? Su hija y su marido tampoco tienen nada que ver”. Menos belicoso sería un “se equivoca, se parecen bastante, pero quizá no ha observado bien al papá”. O afirmar sorprendida “¡pero si todo el mundo los ve idénticos!”.
¡Qué guapo, parece una niña!
Si nuestro hijo es lo suficiente mayor como para comprender, no podemos dejar pasar el comentario; pero tampoco conviene ofendernos, porque le daríamos demasiada importancia. Como lo esencial es reparar el daño que haya podido causar al niño, tal vez baste con desarmar la idea de que la belleza es patrimonio femenino: “mujer, hay hombres guapísimos y no por ello menos hombres” o decirle con dulzura “se equivoca; es niño, parece niño y sí, es muy guapo”, aunque la mirada con la que acompañemos estas palabras no tiene por qué ser tan dulce.
¡Qué bebé más llorón!
Siempre hay personas a quienes les molestan los niños; lo malo es que lo demuestren de forma antipática. Los padres debemos tratar de impedir que nuestros hijos incomoden a las horas socialmente incorrectas: durante la siesta, por las noches o a esas horas tan increíblemente madrugadoras a las que se levantan.
Pero cuanto más pequeño sea el niño, menos podrá entender las reglas de la comunidad y un bebé, desde luego no entiende de reglas. Si el que se queja es impertinente pero no agresivo, podemos darle esperanzas: “no se preocupe, he conseguido un video para hipnotizarlo”.
¡El niño ya tiene seis meses y tú todavía con esos kilos!
¿Y? Sea o no verdad, esta afirmación está fuera de lugar. Si nos cae bien, se puede adoptar un estilo intelectual y soltar, alzando la barbilla: ”sí, elegí el modelo renacentista”. También se puede contraatacar: ”no es sano ser tan estricto con el peso”. O sorprender con una maniobra elegante: “justamente de eso te quería hablar. Todos me ven más guapa y no sé si perder estos kilitos que, al parecer, me sientan tan bien”.
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